Disciplina escolar
Se entiende por disciplina escolar la obligación que tienen los maestros y los alumnos de seguir un código de conducta conocido por lo general como reglamento escolar. Este reglamento, por ejemplo, define exactamente lo que se espera que sea el modelo de comportamiento, el uniforme, el cumplimiento de un horario, las normaséticas y las maneras en las que se definen las relaciones al interior del centro de estudios. Dicho reglamento contempla además una normalidad respecto al tipo de sanción que se debe seguir en el caso en que el estudiante incurra en la violación de la norma. En dicho caso, es posible que algunos centros pongan más el énfasis en la sanción que en la norma misma. La pérdida del respeto por la norma al interior del aula de clase es conocida como "indisciplina". Aparte de las concepciones que se tengan sobre la disciplina, ésta depende en gran medida del nivel de relaciones que se establece dentro del aula de clase, del interés que el educador puede motivar en el educando y del nivel de comunicación que se establece. Se puede hablar también de disciplina dentro de ambientes de trabajo y en general en cualquier conglomerado humano en donde la norma sea necesaria para garantizar el cumplimiento de unos objetivos.
Objetivo de la Disciplina.
El objetivo de la disciplina escolar es sin duda la salvaguardia del orden, de la seguridad y del trabajo armónico de la educación dentro del aula de clases. En una clase en la cual el educador encuentre difícil mantener el orden y la disciplina, los estudiantes pueden desmotivarse y tensionarse y el clima educativo disminuye su calidad, lo que puede llegar a la falencia en el cumplimiento de los propósitos y metas.
La imposición de la disciplina en algunas escuelas, por otro lado, puede estar motivada por otros objetivos no académicos, por lo general morales. Por ejemplo, en muchas sociedades de fuertes raíces religiosas, el reglamento puede subrayar una evidente ética religiosa e imponer una disciplina que va más allá del aula de clases, especialmente en lo que compete a internados. Entre los deberes pueden verse registradas normas como la asistencia a los servicios religiosos, la participación deportiva, el horario de comidas, la conformación de una estructura de autoridad al interior de la "casa", un estricto control del tiempo de sueño, un sistema burocrático para la solicitud de permisos de salida o de visitas y muchos otros casos. Dichos reglamentos externos al aula pueden ser impuestos de manera absoluta y en algunos casos pueden ser sancionados con castigos corporales para el caso de menores de edad en la más extrema circunstancia o la pérdida de ciertos privilegios en otros.
CONCEPTO DE DISCIPLINA.
En educación, la línea de trabajo más fecunda y fructífera equidista de estos dos extremos: el despotismo del profesor o la anarquía de los alumnos. Tanto la arbitrariedad y la prepotencia como la insubordinación y la anarquía son perjudiciales para la auténtica educación.
Toda organización social, para sobrevivir y para progresar, necesita un adecuado régimen disciplinario. Cuando en la escuela, en tanto organización social, los alumnos conciben propósitos definidos de estudio, bajo la dirección y la orientación hábil y delicada de profesores competentes, y son guiados hacia la realización de trabajos interesantes y de tareas que conducen al fin deseado, asumen espontáneamente una actitud de orden y disciplina. Es la disciplina interior, engendrada por el trabajo consciente, con propósitos definidos, en un ambiente de comprensión, simpatía, cooperación y sana diligencia.
La escuela tiende a formar el carácter, es decir, a enseñar al hombre a disciplinarse. Pero la disciplina no es solamente finalidad de la escuela, sino también un medio, como momento mismo de la obra educativa. La escuela, de suyo, tiene necesidad de disciplina. En el período en que el alumno no se sabe gobernar por sí mismo, el ambiente debe ayudarlo, o mejor aún, debe actuar por él, proporcionándole el modo para obtener el equilibrio de sus fuerzas que todavía no sabe mantener por sí. Por tanto, el alumno deberá encontrar en la escuela el equilibrio estable de gobierno que todavía no posee por entero y que es la condición sine qua non para un desarrollo tranquilo y firme de sus capacidades.
Si, además, la escuela es el ambiente propicio para el desarrollo de la personalidad del alumno, se ha de tener presente que el primer elemento de tal ambiente es la presencia del educador, que es el que guía el desarrollo del educando. Lo cual no puede realizarse si no se advierte a cada instante en el profesor a la persona que es capaz de neutralizar los desórdenes y las interferencias de instintos y tendencias, y que puede y debe equilibrar las facultades del alumno.
De lo expuesto no debe afirmarse que la disciplina se identifique con la acción negativa y constrictiva ejercida por el educador con una serie de negativas opuestas al alumno. Indudablemente, la disciplina puede presentar, en algunas formas y en algunos momentos, los caracteres de una acción negativa y represiva; pero en su esencia consiste en una función unificadora y equilibradora. En efecto, la disciplina es la acción por la que las experiencias fragmentarias e incluso contradictorias del educando son concretamente orientadas, en una línea unitaria y según un principio constante. De ahí que la dignidad de la personalidad humana y los valores morales de que se halla constituida deben ser la norma suprema que guíe la actividad desplegada por el educador. Por tanto, no se trata de una norma impuesta por el educador al alumno y sufrida por éste en forma pasiva, sino de una norma que gobierne al profesor y alumno y dirija y unifique el obrar de ambos. En el maestro esta norma es consciente y libremente querida; en el escolar pequeño no; pero, precisamente por esto, la norma se traduce en disciplina, esperándose en el mandato con el que el educador indica en cada caso el mejor modo de obrar según la norma. En los comienzos, el educando lo ejecuta sin conciencia clara de la ligazón entre el mandato particular y la norma; pero, poco a poco, ejecutando los mandatos, el alumno empezará a entrever, a sentir y, por consiguiente, a querer la norma que los inspira, de la que sólo entonces adquirirá conciencia: éste es el momento en que la disciplina se transforma en auto disciplina.
NORMAS DISCIPLINARIAS DE UTILIDAD
A continuación indico una serie de normas disciplinarias que pueden contribuir al mantenimiento de la disciplina necesaria para que los trabajos escolares se desenvuelvan con normalidad, y para que se forme el ambiente de seriedad, naturalidad y confianza necesario en cualquier clase. Hay que aclarar, no obstante, que estas normas son simples indicaciones, ya que los casos concretos —siempre originales— requieren constantes esfuerzos de comprensión y adaptación para que su acción se ajuste a la realidad que debe enfrentar.
Las normas o consejos que considero útiles para el profesor son los siguientes:
• Procurar ver a los alumnos como criaturas humanas—como personas— que necesitan ayuda y orientación, precisamente porque no están educados.
• Planear los trabajos de modo objetivo, adecuado y fun¬cional y no confiar demasiado en la improvisación.
• Mantener ocupados a los alumnos, pues nada provoca tanta indisciplina como el hecho de no tener nada que hacer.
• Evitar privilegios de clase. Estos desjerarquizan al profesor frente al resto del curso.
• Vigilar la clase en las pruebas o exámenes sin hacer alarde de una excesiva rigurosidad. Cuando se haya de actuar correctivamente, hacerlo con naturalidad, seguridad y serenidad.
• Estar al tanto de los problemas particulares de los alumnos, a fin de poder auxiliarlos u orientarlos cuando sea necesario.
• Aproximarse a los escolares en forma amigable tanto dentro como fuera de la clase.
• Respetar la manera de ser de cada alumno, encaminándolo, cuando se da el caso, hacia formas de aceptación social o valores morales.
• Ser firmes en las amonestaciones, cuando sea necesario hacerlas, pero que nunca trasciendan la línea del amor propio y sean, en lo posible, aplicadas en privado.
• Distribuir los trabajos de acuerdo con las preferencias, posibilidades y habilidades de los alumnos.
• Mantener un ambiente amable y alegre en las clases.
• Ser coherente, y no intentar justificar alguna incoherencia, para lo cual lo mejor es reconocerla y, honestamente, explicarla.
• Mantener y cumplir la sanción aplicada, a no ser que haya un grave error del profesor que justifique su cambio de actitud.
• Utilizar el castigo como llamamiento a la reflexión, explicando clara y explícitamente el porqué de la corrección.
• Evitar proferir amenazas que luego no se puedan cumplir por el desprestigio magistral que ello implica.
• No actuar en momentos de descontrol o ira.
• Localizar a los líderes del grupo y lograr que colaboren en la disciplina de la clase.
• Estimular más que echar en cara.
• Reconocer lo bueno que hagan los alumnos, sin caer en la exageración o en formas que parezcan o sean insinceras.
• Atender las diferencias individuales, tanto en los trabajos escolares como en las relaciones personales de los alumnos.
• Dar algo a los alumnos, y no sólo pedirles o exigirles cosas, de modo que una palabra oportuna, un gesto de asentimiento, una charla orientadora, logren un mayor acercamiento del profesor a ellos.
• Planear los trabajos de modo objetivo, adecuado y fun¬cional y no confiar demasiado en la improvisación.
• Mantener ocupados a los alumnos, pues nada provoca tanta indisciplina como el hecho de no tener nada que hacer.
• Evitar privilegios de clase. Estos desjerarquizan al profesor frente al resto del curso.
• Vigilar la clase en las pruebas o exámenes sin hacer alarde de una excesiva rigurosidad. Cuando se haya de actuar correctivamente, hacerlo con naturalidad, seguridad y serenidad.
• Estar al tanto de los problemas particulares de los alumnos, a fin de poder auxiliarlos u orientarlos cuando sea necesario.
• Aproximarse a los escolares en forma amigable tanto dentro como fuera de la clase.
• Respetar la manera de ser de cada alumno, encaminándolo, cuando se da el caso, hacia formas de aceptación social o valores morales.
• Ser firmes en las amonestaciones, cuando sea necesario hacerlas, pero que nunca trasciendan la línea del amor propio y sean, en lo posible, aplicadas en privado.
• Distribuir los trabajos de acuerdo con las preferencias, posibilidades y habilidades de los alumnos.
• Mantener un ambiente amable y alegre en las clases.
• Ser coherente, y no intentar justificar alguna incoherencia, para lo cual lo mejor es reconocerla y, honestamente, explicarla.
• Mantener y cumplir la sanción aplicada, a no ser que haya un grave error del profesor que justifique su cambio de actitud.
• Utilizar el castigo como llamamiento a la reflexión, explicando clara y explícitamente el porqué de la corrección.
• Evitar proferir amenazas que luego no se puedan cumplir por el desprestigio magistral que ello implica.
• No actuar en momentos de descontrol o ira.
• Localizar a los líderes del grupo y lograr que colaboren en la disciplina de la clase.
• Estimular más que echar en cara.
• Reconocer lo bueno que hagan los alumnos, sin caer en la exageración o en formas que parezcan o sean insinceras.
• Atender las diferencias individuales, tanto en los trabajos escolares como en las relaciones personales de los alumnos.
• Dar algo a los alumnos, y no sólo pedirles o exigirles cosas, de modo que una palabra oportuna, un gesto de asentimiento, una charla orientadora, logren un mayor acercamiento del profesor a ellos.
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